En el viejo
manicomio
todos los locos son napoleones
con una mano dentro
y la otra en el afuera herido
lisiado de autos y bocinazos
que piropean al otoño
algunos
saludan
con un guiño desde el agujero de un ojo,
no falta alguno que con el meñique
saque a pasear sus mocos
no falta alguno que se lleve el índice a la
sien
y suicide al mundo
pero hay un
loquito que
con la mano en el adentro
extrae un saxofón invisible
que ni la celosa y almidonada enfermera
alcanza a ver:
un saxofón espeluznante
una alucinada luz de contrabando
con boca y claves de alarido
con fulgores que vuelan y nunca se apagan
con perfume de algún puerto en el olvido
y suenan
quejumbrosos búhos
y la luna se deshace en ceniza blanca
en pasos de tiza que dibujan
un increíble y único instante
y el instante queda a la espera
del día
y el día a la espera de sublevarse
en acontecimientos inesperados
para el afuera
pero intensamente esperados
para el adentro
como por
ejemplo
que una caravana de locos
encolumnados sobre el filo del paredón
baile en desequilibrio un fuego en fuga
o por ejemplo
que la razón vaya pidiendo perdón
y no quedé ni un napoleón;
sólo un loquito soñando
a lo charlie parker
desde el espejismo de un saxofón
y un
aquelarre en comparsa
de manos afuera
al compás del aire desafinado
y por siempre desatado,
dé por inaugurada
la necesidad y la urgencia
de un viento acariciando
un cielo patas para arriba
y en desaforada celebración.