Gustavo Silva


En el viejo manicomio

 todos los locos son napoleones

 con una mano dentro

 y la otra en el afuera herido

 lisiado de autos y bocinazos

 que piropean al otoño

 

algunos saludan

 con un guiño desde el agujero de un ojo,

 no falta alguno que con el meñique

 saque a pasear sus mocos

 no falta alguno que se lleve el índice a la sien

 y suicide al mundo

 

pero hay un loquito que

 con la mano en el adentro

 extrae un saxofón invisible

 que ni la celosa y almidonada enfermera

 alcanza a ver:

 un saxofón espeluznante

 una alucinada luz de contrabando

 con boca y claves de alarido

 con fulgores que vuelan y nunca se apagan

 con perfume de algún puerto en el olvido

 

y suenan quejumbrosos búhos

 y la luna se deshace en ceniza blanca

 en pasos de tiza que dibujan

 un increíble y único instante

 y el instante queda a la espera

 del día

 y el día a la espera de sublevarse

 en acontecimientos inesperados

 para el afuera

 pero intensamente esperados

 para el adentro

 

como por ejemplo

 que una caravana de locos

 encolumnados sobre el filo del paredón

 baile en desequilibrio un fuego en fuga

 o por ejemplo

 que la razón vaya pidiendo perdón

 y no quedé ni un napoleón;

 sólo un loquito soñando

 a lo charlie parker

 desde el espejismo de un saxofón

 

y un aquelarre en comparsa

 de manos afuera

 al compás del aire desafinado

 y por siempre desatado,

 dé por inaugurada

 la necesidad y la urgencia

 de un viento acariciando

 un cielo patas para arriba

 y en desaforada celebración.